En el rezar y en el servir, al igual que “en el comer y el rascar”, todo es empezar
Querida parroquia, querida Iglesia, y queridos todos los que tengan a bien escuchar, este, mi humilde testimonio.
Me llamo M. Carmen y, exceptuando el Sacramento del Bautismo (ya que no nací en estas tierras manchegas), mi 1ª Comunión, mi Confirmación y mi Matrimonio los recibí en esta bendita parroquia del Sto Cristo de la Misericordia.
Una gran parte de mi infancia y juventud transcurrieron entre las paredes y las instalaciones de la capilla de Fátima, (ahora de M. Acoge). En misa, en catequesis, jugando… y siempre con la presencia y el recuerdo en mi retina de Catalina Moreno; nuestra “señorita Catalina “.
Siempre me he sentido muy vinculada a esta parroquia, tanto emocional como activamente en catequesis.
Llevo felizmente casada casi 32 años con mi marido, a los que habría que añadir otros 7 de noviazgo; y todos ellos son los que hace que la parroquia ganó otra alma, la de él, J. Antonio.
Desde muy jovencitos, recién confirmados, nuestra vida estuvo muy marcada por Acción Católica, pero siempre teniendo como referencia nuestra parroquia.
Allá por el año 89 contrajimos matrimonio en esta iglesia del Cristo, cuando, por aquel entonces todas las parejas se “pegaban” por hacerlo en la parroquia de la Asunción.
En el año 96 ya éramos una familia de cuatro, pues el Señor nos había bendecido con un hijo y una hija.
En la actualidad, con nuestros hijos ya independizados, hemos vuelto a ser sólo dos como al principio; bueno, decir dos sería un poco injusto porque realmente en nuestra relación, Dios siempre ha tenido un hueco, ha sido y es una constante en nuestras vidas, aunque no siempre hayamos sido completamente conscientes de ello.
Al margen de otras actividades que pueda realizar en la parroquia, estoy en un momento en mi vida en el que vivo de una manera más intensa mi espiritualidad desde las claves de la oración, la práctica de los sacramentos y la Adoración que con tanta Unción se celebran en mi Parroquia. Claves cada vez más compartidas por mi marido.
Hace aproximadamente 5 años me pidieron formar parte de un pequeño coro de Adoración, a lo que yo no dudé en decir que sí. Los que me conocen saben, porque lo digo con frecuencia, que no sé decir “no” a las cosas de Dios. Lo que yo jamás imaginé es que la mía sería, de alguna manera, la voz que más resonara en ese coro. Me pareció una broma porque yo no sé de música, ni jamás he estudiado canto. Mi única virtud, si es que se puede considerar así, es que sencillamente me gusta cantar. Así que me lancé, con todas mis inseguridades y mis miedos, a este hermoso proyecto, junto a otras personas que han ayudada a hacerlo realidad a lo largo de estos cinco años, y a las cuales aprecio mucho.
Y aquí sigo, unas veces de una manera más acertada, otras no tanto, cantando los Primeros Viernes de mes para Él, con mis compañeros, ofreciendo mi sacrificio y mis nervios por tantas almas que esa noche se ponen ante el Altar de Dios para que sean acogidas por su inmensa misericordia.
En esos días tan especiales, mi marido siempre me acompaña.
Hace bastante tiempo, durante una cuaresma, decidí asistir todos los viernes a misa y a la Coronilla de la Misericordia, esa práctica piadosa que tanto se identifica con nuestra parroquia, a lo que también mi marido lleva un buen tiempo acompañándome. Y como no podía ser de otra manera, porque cuando el Señor llama, llama, intento asistir a misa como mínimo un par de días entre semana, independientemente de la misa dominical, a la que asistimos juntos también.
Hace un tiempo, desde la Parroquia me propusieron formar parte del grupo del Rosario y, como yo ya me había acostumbrado a rezarlo un par de días a la semana, no me importó ofrecer este pequeño servicio una vez al mes.
Con el inicio de la pandemia, los dos días de Rosario se convirtieron en 7. Ahora, ni puedo ni quiero dejar esta práctica. Y aunque mi marido no termina de cogerle el gusto, a veces lo descubro rezándolo cuando llego a casa, mientras realiza alguna tarea doméstica y también alguna vez viniendo de trabajar en el coche escuchando radio María. La Virgen engancha, no me cabe la menor duda.
En el confinamiento lo rezábamos juntos y después nos conectábamos a la misa diaria. Nosotros fuimos de los pocos vecinos que no salíamos a aplaudir a las 8 de la tarde.
Lo que intento transmitir con esto es que en el rezar y en el servir, al igual que “en el comer y el rascar”, todo es empezar. Y según te vas adentrando en esa comunicación diaria con Dios, vas siendo más consciente de su inmenso amor por ti y de la necesidad imperiosa de que no te falte en tu vida ni un solo día.
En nuestro caminar como matrimonio, no todos los senderos han sido fáciles de recorrer, y tampoco han estado exentos de cruces, pero el amor que nos une y el hecho de tener siempre de nuestro lado al “Amor mismo” nos anima a seguir caminando, a veces con pies cansados, otras a ritmo de salsa, tango o pasodoble, siempre con la certeza de que no lo hacemos solos.
Me considero afortunada e inmensamente agradecida por pertenecer a esta gran familia que es la de los hijos de Dios, porque siento que cada día, siendo miembro de esta Iglesia, encuentro una nueva oportunidad para cambiar, para crecer en capacidades y descubrir dones insospechados, para aprender a perdonar y encontrar perdón, para entender que el sufrimiento, si es vivido con Cristo, es salvador. Afortunada y agradecida porque tengo, en definitiva, una oportunidad para ofrecer, aunque sólo sea mi pequeño granito de arena, que sirva para la construcción de este maravilloso proyecto que es el “Reino de Dios”.
Muchas gracias y que Dios os bendiga.