Volver cuesta, pero merece la pena
Mi nombre es Raquel. Mi marido Juanjo y yo somos padres de tres niños de 8 y 7 años. En su momento, ambos recibimos el sacramento de la Confirmación, pero poco tiempo después, nuestra vida espiritual se fue enfriando cada vez más. Casi sin darte cuenta empiezas a faltar a misa, luego casi dejas de rezar y más tarde te olvidas por largas temporadas de Dios.
Si bien es verdad que habíamos adquirido el compromiso de educar a nuestros hijos en la fe, primero el día de nuestro matrimonio y más tarde a la hora de bautizar a los niños, la verdadera encrucijada se presentó cuando nuestros mellizos llegaron a la edad de inscribirse en el primer curso de catequesis, el Despertar religioso. Había llegado el momento de la verdad, de elegir el camino a tomar a partir de entonces, o por lo menos así lo sentía yo.
Le pedí a mi marido que no decidiésemos a la ligera. Reconozco que incluso le puse entre la espada y la pared porque, después de todo, siempre teníamos la opción de seguir con nuestra vida como hasta entonces. Hoy en día poca gente nos habría criticado por ello pero, si decidíamos darle una oportunidad a Dios, queríamos que fuese un intento sincero, en familia. Era consciente de que, sin el apoyo de Juanjo y sin un poco de esfuerzo por parte de ambos, padre y madre, todo podía quedar en una absoluta pérdida de tiempo. Por suerte, tomamos la decisión acertada y nos lanzamos a la piscina.
Los inicios no fueron del todo fáciles y pronto nos encontramos con la dificultad de mantener controlados a los niños en misa. El primer año se portaban francamente mal, ya que eran tres niños pequeños de edades muy iguales y además bastante activos. Probamos toda clase de estrategias a la hora de sentarnos en los bancos e incluso una vez don Emilio tuvo que pedir algún voluntario para que nos ayudase con ellos en mitad de una misa, pero gracias a Dios después de tres años ya han ido madurando y la situación ha mejorado bastante.
Desde mi punto de vista personal, las cosas también entrañaban su dificultad, ya que cuando una amistad se enfría, es complicado volver a reanudarla y mi relación con Dios llevaba casi dos décadas guardada en un cajón. Hay que despertar la fe y el amor dormidos y sacudirse de encima algunos miedos, complejos, dudas e inseguridades. Digamos que cuesta trabajo salir del armario, admitir que si vas a la iglesia los domingos es por decisión propia y no por obligación. Es un proceso en el que cada uno necesita su tiempo y en el que cualquier ayuda es bienvenida, y precisamente es aquí donde quisiera señalar el papel que ha desarrollado en todo este proceso nuestra parroquia, un grupo en el que casi desde el principio me sentí acogida, por lo que estoy, mejor dicho, estamos muy agradecidos.
Hoy me doy cuenta de que hace tres años se nos regaló una gran oportunidad que por suerte supimos aprovechar. Una persona me dijo una vez que nuestros hijos nos habían traído de vuelta a la Iglesia y no puedo estar más de acuerdo con ello. Pues como oímos decir en nuestra parroquia: Dios se sirve de cualquier cosa para acercar a sus hijos a Él y eso es justamente lo que hemos experimentado y lo que sentimos a día de hoy.
Raquel y Juanjo